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N EL año 701, “Senaquerib marchó hacia occidente para aplastar una incipiente revuelta. Llegando hasta la costa del Mediterráneo, y después de la rendición de Asquedón y Ekrón se volvió contra Judá. Puso su campamento en Laquis (28 millas o 44.8 kilómetros al suroeste del Jerusalén); relieves encontrados en Nínive (hoy día exhibidos en el Museo Británico) muestran las brechas dobles en el muro y las fortificaciones en las puertas (en Laquis) por el asedio de carneros [arietes militares]. Trazos de la intensa destrucción se han encontrado en las excavaciones del lugar (estrato III) y también en Asma, Tell Beit Mirsim y en Beersheba” (Yohanan Aarón y Michael Avi-Yopnah, El Atlas Bíblico de MacMillan, 1977, p. 99).
En conjunción con la invasión Asiria, el rey Ezequías tomó mayores precauciones para proteger a Jerusalén. En vez de que sólo segar las fuentes de agua, “edificó los muros caídos, e hizo alzar las torres y otro muro por fuera; modificó a Milo en la ciudad de David” acciones de ingeniería que evitarían a los enemigos de contaminar los manantiales, o prevenir que sus aguas lleguen a Jerusalén – o evitar que sean utilizadas así como otras fuentes.
Así, cubrió los manantiales que estaban fuera de las murallas (léase 2 Crónicas 32:3-4). No obstante, estas acciones por si solas no protegerían a Ezequías, ni a su pueblo.
Lamentablemente, además de una actitud colapsada y fracasada de parte de Ezequías, a depender por completo en Dios, Judá había transitado por la pendiente espiritual desde los tiempos de Acaz, así pues, a pesar de que Ezequías había realizado ciertas reformas, éstas no eran suficientes para revertir la tendencia camino abajo. Quizás, si Ezequías, hubiese confiado en Dios, él hubiese podido vencer a los embates de los Asirios, pero, el Eterno, Jehová de los ejércitos, permitió que Senaquerib invadiera a la nación y capturara múltiples poblaciones. Es posible, por supuesto, que Dios permitió que hubiese mucha destrucción en contra de Judá, por motivos de sus actos de injusticia y sus prácticas maliciosas, como las descritas en las profecías de Miqueas y de Isaías.
En referencia a la escala de lo sucedido, debemos observar las palabras de Senaquerib mismo, dejadas inscritas en el famoso prisma de barro donde describe su campaña militar. “Pero, en lo que se refiere a Ezequías, el judío, que no se humilló ante mi yugo, cuarenta y seis de sus poblaciones fortificadas y numerosas villas menores en sus entornos, fueron conquistadas y saqueadas al pisotearlas hasta el nivel del suelo, para después atacarlas con carneros de batalla, con fuerzas de asalto, abriendo, haciendo túneles y diversas operaciones que los debilitara. Los forcé para que salieran cerca de 200,150 personas, entre jóvenes y ancianos, varones y mujeres, además de innumerables caballos, mulas, asnos, camellos y becerros, contándolo todo como botín de guerra (citado en el Prontuario Bíblico de Eerdamans, 1983, notas sobre 2 Reyes 18). Resulta interesante, entonces, observar que mediante esta deportación numerosos Judíos, Benjamitas y Levitas se unieron a las tropas asirias para capturar a las tribus del norte – 20 años después de la caída de Samaria.
Ante estos lamentables eventos, Ezequías tiembla cuando Senaquerib se encuentra aún en Laquis (2 Reyes 18:14). “Dio, por tanto Ezequías toda la plata que fue hallada en la casa del Eterno, y en los tesoros de la casa real… quitó el oro de las puertas del templo del Eterno y de los quiciales que el mismo rey Ezequías había cubierto de oro, y lo dio al rey de Asiria” (2 Reyes 18: 15-16). No obstante, Senaquerib no quedó del todo satisfecho.
Quizás, fue en estos momentos cuando el profeta Miqueas pronunció su poderosa advertencia del capítulo 3 a los líderes de Jerusalén, incluyendo a Ezequías. Es interesante que, años después, este episodio fuese utilizado en defensa a Jeremías, cuando otros deseaban su muerte por haber pronunciado juicio contra Jerusalén. En este momento, lo mejor será que lean Jeremías 26:17-19. Y como podrá observar, en los testimonios posteriores de estos versículos, parece que la advertencia de Miqueas corresponde a los eventos ocurridos durante la invasión de Senaquerib. La predica de Miqueas – probablemente junto con los terribles eventos de Isaías – llevaron a Ezequías a caer de rodillas en arrepentimiento. Jerusalén no fue derrotada.
Senaquerib, entonces, envía una delegación para tantear la ciudad (2 Reyes 18:17). Sea una coincidencia o no, ellos acamparon en el mismo lugar donde Isaías encaró a Acaz, 30 años antes, para advertirle sobre la amenaza de los asirios (léase Isaías 7:3). Tartán, Rabsaris y Rabsaces de 2 Reyes 28:17, probablemente son títulos, como lo describe la Nueva Versión de Rey Santiago, en vez de decir sus nombres, como en la Versión del Rey Santiago. La Nueva Versión Internacional, traduce estas voces como el “Comandante Supremo,” el “Principal Oficial” y el “Mariscal de Campo.” El “Mariscal de Campo” se dirige a los representantes de Ezequías, hablándoles en hebreo, para que todo el pueblo pudiese escuchar, ampliando de esta manera la intimidación (versículo 26). Él, primero, les cuestiona la alianza que hicieron con Egipto en búsqueda de auxilio (versículo 21). Esto era algo que Dios Mismo ya había rechazado (léase Isaías 30:1-5).
Para entonces, cuestionarles porqué buscan apoyo en Dios, cuando Ezequías, había quitado los lugares altos y sus altares, que había insistido que sólo adorasen a Dios en el altar ubicado en Jerusalén (2 Reyes 18.22). Esto, por supuesto, refleja la completa incomprensión de su parte, sobre cómo debería Dios ser adorado, no obstante, inculcó dudas en las mentes de los judíos sitiados.
El “Mariscal de Campo” entonces declara que Dios había instruido a los asirios, para que destruyeran toda la tierra (versículo 25). Dios, muy probablemente, no había hablado con el rey asirio, no obstante, si permitió que los asirios hicieran guerra contra el reino del norte, Israel, y que se llevasen, cautiva a su población – de manera similar bien pudo haber permitido que combatieran contra Judá.
No obstante, en este reclamo en particular, el oficial asirio [el Rabsaces, o Mariscal de Campo], sin duda, fue más bien presuntuoso. Por tanto, se mete en dificultades al retar a Dios Mismo, diciendo que Dios no es distinto de los otros dioses que ya habían destruido, y que es incapaz de salvar a Jerusalén (versículos 30-35).
Como vemos, Dios no es como los otros dioses de las naciones paganas.